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macarrónico

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lunes, 8 de febrero de 2010

reflexiones mojadas

Para colmo estaba lloviendo. Siempre le había encantado la lluvia, disfrutaba notando como la calaba de esa forma tan inocente y sutil. Cuando una noche tormentosa coincidía con un mal día, lo aprovechaba para pasear y cada gota se confundía con sus propias lágrimas. Pero ahora le recordaba a ella, a esa última noche en la que su futuro se destiló en un vaso de alcohol, a aquella última llamada con una voz ahogada que presagiaba el final de su tormenta.
Misteriosamente había llovido todos los días del mes en que celebraban aniversario. Ahora tenía todos los recuerdos secándose en una caja de cartón que nunca más volvería a abrir al lado de su cama. Su enamoramiento se había evaporado y ascendido a un lugar demasiado alto y ya no quería recuperarlo. Para ella ahora el amor era un sentimiento seco como el mes de estío y por mucho abono y fertilizante que echaran no tenía intención de dejar que brotara. Tenía todos sus sentimientos revueltos, ahora eran olas rompiendo una y otra vez en el acantilado del pasado. Estaba inestable reía y lloraba alternativamente, sin horas fijas, constante bajamar y pleamar. Necesitaba una luna que ejercíera una fuerza gravitacional en ella para poder emerger de nuevo.
No la soportaba y necesitaba dejar de verla cada mañana, dejar de sentirse insignificante delante de ese maremoto que la iba erosionando más y más. La calma ya se había salido de su cauce y no era capaz de recuperarla por mucho que intentase reconstruirla. En unos meses la presa se rompería y disfrutaría de total libertad. La sal del mar hacía que sus heridas no cicatrizasen nunca y siempre escociesen para no poder olvidarla.
Algún día toda aquella frustración y palabras congeladas desembocaría en el lugar adecuado y entonces podría volver a disfrutar de la lluvia.

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