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macarrónico

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jueves, 18 de febrero de 2010

Encantada de desconocerte

Nos separamos después del beso
dejando en él los sentimientos
olvidados a 50 kilómetros/hora en ciudad
que se fueron eclipsando sin quererlo.

Se desgastaron las facciones
de la cara de un te quiero.
Las lágrimas dejaron de tener lugar
en la esquina del pañuelo.

El azar de un día llovioso
nos citó en el parque de un sueño.
Y no te vi, quizá tú tampoco,
y en un banco abandoné tu recuerdo.

lunes, 15 de febrero de 2010

¿blanco?

Negro como el cielo antes de la tormenta
negro como los ojos de aquella zorra que no me llamó
negro como el asfalto de la carretera
negro como tus sueños manchados de hollín
después de limpiar las chimeneas de tu estupidez
negro como el futuro de aquel niño que culpa la muerte de sus padres
cuando roba en el supermercado
negro como tus pantalones blancos
cuando te tiraron al suelo por dirigirles la palabra
negro como toda la mierda que oyes de la boca
de aquellos que merecen escupir en vez de hablar
negro como los puntos del dado del hombre
que juega su sueldo en un casino
negro como el conjunto de lencería que usará mi mujer
cuando me ponga los cuernos con su amante
negro como las manchas en la pared después
de tirar el plato de arroz negro
poseído por la rabia de no poder vivir mejor
negro como cada día del padre que no
puede dar de comer a su familia a fin de mes
negro como tus mocos después de un día de fiesta
por ingerir todo el humo salido de sus negros cigarrillos
que irritan tus ojos

lunes, 8 de febrero de 2010

reflexiones mojadas

Para colmo estaba lloviendo. Siempre le había encantado la lluvia, disfrutaba notando como la calaba de esa forma tan inocente y sutil. Cuando una noche tormentosa coincidía con un mal día, lo aprovechaba para pasear y cada gota se confundía con sus propias lágrimas. Pero ahora le recordaba a ella, a esa última noche en la que su futuro se destiló en un vaso de alcohol, a aquella última llamada con una voz ahogada que presagiaba el final de su tormenta.
Misteriosamente había llovido todos los días del mes en que celebraban aniversario. Ahora tenía todos los recuerdos secándose en una caja de cartón que nunca más volvería a abrir al lado de su cama. Su enamoramiento se había evaporado y ascendido a un lugar demasiado alto y ya no quería recuperarlo. Para ella ahora el amor era un sentimiento seco como el mes de estío y por mucho abono y fertilizante que echaran no tenía intención de dejar que brotara. Tenía todos sus sentimientos revueltos, ahora eran olas rompiendo una y otra vez en el acantilado del pasado. Estaba inestable reía y lloraba alternativamente, sin horas fijas, constante bajamar y pleamar. Necesitaba una luna que ejercíera una fuerza gravitacional en ella para poder emerger de nuevo.
No la soportaba y necesitaba dejar de verla cada mañana, dejar de sentirse insignificante delante de ese maremoto que la iba erosionando más y más. La calma ya se había salido de su cauce y no era capaz de recuperarla por mucho que intentase reconstruirla. En unos meses la presa se rompería y disfrutaría de total libertad. La sal del mar hacía que sus heridas no cicatrizasen nunca y siempre escociesen para no poder olvidarla.
Algún día toda aquella frustración y palabras congeladas desembocaría en el lugar adecuado y entonces podría volver a disfrutar de la lluvia.